¿Para qué te grabas, pervertido?

 Una vez más, se filtra una escena vivida en el ámbito privado de dos personas. Una vez más, la pregunta suena una y otra vez… con rancios sonidos de un eco que rebota en mohosas paredes cubiertas de madera de caoba. Ocultando sus propias vergüenzas para que el mundo permita, sin riesgo a demasiada réplica, que actúen como abogado, fiscal, juez y jurado: ¿Para qué se graba? Y esa resulta ser la pregunta del día. No vale la pena preguntar quién ha filtrado el vídeo, si es necesario endurecer la legislación para que no vuelvan a ocurrir esta clase de cosas, si se pueden activar mecanismos, de algún tipo, para que cuando esto ocurra, algún tipo de programa pudiera suprimir el vídeo o las fotos de la red basándose en cualquier algoritmo que se le ocurra al hacker de turno… No, nada de eso es importante, porque la pregunta sigue siendo: ¿Para qué se graba? Pues bien, no tengo claro el para qué, ni siguiera tengo claro el por qué, pero hay algo que sí sé. Se puede grabar si quiere, no hace nada malo, no se expone a nada porque son archivos que él maneja en la privacidad de sus dispositivos electrónicos y, si por la otra parte había consentimiento de grabación, no ha hecho ningún daño a nadie. Por otro lado, está la persona que ha entrado en su propiedad privada (porque, aunque sea digital, es su propiedad privada) y ha sustraído datos sin su permiso para difundirlos públicamente. Eso es robar, acosar e intimidar. Y luego estáis vosotros, gente impoluta que no tiene ningún tipo de conversación comprometida por teléfono (porque oye, si os graban alguna conversación, será culpa vuestra por haberla tenido), gente que nunca escribe ningún mensaje privado que le pueda causar problemas (porque, todos sabemos, que si alguien lo filtra, será culpa vuestra por haberlo escrito), gente que, en la calle, no dice nada en voz alta que pueda resultar políticamente incorrecto (ya que, está totalmente claro, que si alguien os graba diciendo algo fuera de lugar, es culpa vuestra por no saber medir las palabras que salen de esa chuleta envenenada que descansa en vuestros paladares). Siento lástima, ya no por este caso concreto, esto solo demuestra que la estupidez humana sigue estando tan al alza cómo la gasolina. Es algo mucho más profundo. Es lástima por los pobres corazones que laten en esos cuerpos, carentes de sentido, sin ningún lugar al que bombear sangre más allá de ese cuello estático que no se molesta en mirar para los lados para poder comprobar, por sí mismo, que hay más vidas a parte de la miserable existencia que rodea su irrespirable burbuja de vomitivos veredictos contra toda víctima que exista. No sois nadie para juzgar lo que graba, dice, o escribe cada uno en su vida privada. Santi Millán no ha hecho nada malo, al igual que tampoco lo hizo ninguno de los famosos a los que se la han filtrado fotos, vídeos o conversaciones de sus archivos privados. Vosotros, sin embargo, jueces de lo correcto, os creéis con el derecho de decir a las víctimas de algún tipo de violencia, que no deberían haberse expuesto: Si violan a una chica, tenía la falta demasiado corta; Si secuestran a un niño, ¿Qué hacía a esas horas en el parque?; Si pegan a un homosexual, ¿para qué va provocando con la bandera del arcoíris?; Si pegan a un extranjero, ¿por qué no se va a su país?

Hace poco, leí un artículo que hablaba de que las generaciones de ahora, están siendo educadas de forma incorrecta: Se les dice que la homosexualidad es una opción igual de respetable que la heterosexualidad, que no tienen que juzgar a nadie por su forma de vestir o de vivir, que la diversidad racial es buena para aprender de otras culturas… A mí, la forma “incorrecta” de educar, es la que me hace pensar que, tal vez, tengamos esperanza en el futuro. Al menos, sabrán diferenciar a la víctima y al verdugo.



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